ÚNICA FUNCIÓN

• A las 22 en La Sodería (Juan Posse 1.141).

Eva Parra se para frente al público. Se da a conocer tal cual define su identidad. Se presenta con su femineidad en construcción en “Lo torcidito”, la obra que llegará esta noche a La Sodería desde Salta.

“El relato abordado es una realidad fragmentada y cosida conscientemente de nuevo, lo cual la convierte en ficción -le dice la actriz a LA GACETA. Es la historia personal, particular, de una mujer transgénero en Salta, que tal vez resuene igual en cualquier ciudad del norte argentino donde hay un cuerpo disidente. Es real porque esta historia la narro en el mismo momento en el que mi propia transición como persona está en marcha”.

La transformación a la que refiere es la personal, de Diego a Eva, un tránsito para mostrarse como quién es: una mujer. “Así de simple y así de difícil cuando los caminos que marcan los sentimientos se ven interrumpidos. Lo femenino en la obra es el camino, es el lenguaje que explora el personaje para expresar lo que le pasa por dentro. La búsqueda nace de una necesidad genuina, de un momento de revolución interior en el cual una persona decide exponerse tal cual autopercibe su identidad”, afirma.

“No importa el tiempo que falte, sino lo inevitable del cambio. El deseo se lo va educando de alguna forma, no muy clara, y la obra invita a descubrir el cómo”, agrega Parra, quien fue dirigida a la distancia por Cristina Merelli, quien toma la posta del relato para describir el proceso creativo.

- Decidieron trabajar separadas por casi 1.500 kilómetros, la dramaturga y actriz en Salta y la directora en Buenos Aires. ¿Cuán difícil fue el proceso?

- Lo difícil no fue la escritura de la obra, fue la decisión de ir contando su vida, porque de entrada, tácita y explícitamente, las dos sabíamos que esa historia no había sido escrita para ser guardada. Era la historia de una revelación, era sacar a la luz años de “guardar silencio” como se afirma en la obra. Comenzó con la escritura on line, Eva escribía, yo coordinaba. Me enviaba fragmentos de recuerdos, de situaciones, de textos dramáticamente poéticos, desordenadamente poéticos. A veces hubo largos períodos de silencio, y de eso también está compuesta “Lo torcidito”. En el medio se fueron dando conversaciones, aparecieron emociones, hubo secretos compartidos. Yo ya había hecho experiencias de puesta on line entre Buenos Aires y Francia y entre Buenos Aires y Necochea. Entonces, adelante. Nuestra sala de ensayo era un celular. Eva había colgado el suyo en una escalera, y yo lo tenía calzado en un taper. Fueron 10 meses de trabajo intenso.

- ¿Cuánto espacio tiene la ficción entre tanta realidad presentada?

- Nunca trazamos una línea vertical entre la realidad y la ficción. Está llena de vasos comunicantes. Mi objetivo, además de la puesta en escena y de la dirección, era cuidar a Eva. Cuidarle el alma, porque era la encargada de exponer su vida, de mostrar la mujer que es desde siempre. No tenía lugar para errarle. Me planteaba cómo alumbrar sus recuerdos más amorosos o los más crudos, cómo hacer para no caer en golpes bajos, en melodramas... Se tenían que ver íntegras, la actriz y el personaje, y dentro de una obra de teatro porque ese era el camino planteado para mostrarse. Un escenario lo más públicamente concebido. Todo se fue armando, organizando, saliendo a la luz a la distancia. La obra se nos hacía carne, se nos metía en el cuerpo.

- ¿Qué diseño espacial eligieron?

- Hubo muchas idas y vueltas, nada nos convencía. A través de los celulares se hacían las diversas pruebas, hasta que encontramos una que se nos ajustó: un banco de bloques de cemento, porque sentía que su historia tenía que ser contada sobre algo duro, que se transformó en más de 60 ladrillos que arman un espacio de encierro en el que ella se iba a mover, porque el exterior y la incertidumbre le dan miedo hasta el final.